Hablando de nuestras prioridades, para nosotros debe ser más importante agradar al Señor que poseer tesoros terrenales (1 Juan 2:15-17).
El amor a Dios y el amor al mundo son excluyentes (no podemos amarlos al mismo tiempo).
El mundo es el sistema opuesto a Dios, que exalta y valora lo temporal (“...el mundo pasa, y sus deseos…”). No améis al mundo: Es decir, no debemos amar ni el sistema del mundo ni su forma de hacer las cosas. Hay una forma secular, anti-Dios o ignorante de Dios de hacer las cosas que caracteriza a la sociedad humana, y es fácil amar al mundo en este sentido.
Observa lo que el mundo quiere de nosotros: amor. Este amor se expresa en tiempo, atención y gasto. Somos animados y persuadidos a dedicar nuestro tiempo, atención y dinero a las cosas de este mundo en lugar de a las cosas de Dios. Si amas al mundo, puedes ganar recompensas. Puedes encontrar un lugar de prestigio, de estatus, de honor, de comodidad. El sistema mundial sabe recompensar a los que lo aman. Al mismo tiempo, incluso en el mejor de los casos, las recompensas que provienen de este mundo duran solo mientras vivimos. El problema es que aunque ganamos el prestigio, el estatus, el honor y la comodidad de este mundo, perdemos el prestigio, el estatus, el honor y la comodidad del cielo. El mundo compra nuestro amor con las grandes cosas que tiene para darnos. Los automóviles, las casas, los dispositivos y el estatus que los acompaña, realmente pueden hacer que nuestros corazones se sientan como en casa en el mundo (Enduring word). El Señor Jesús lo expresó de manera muy clara en Mateo 16:26: "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?"
Leer y meditar: 1 Juan 2:7-17. Responda las siguientes preguntas:
-¿Cuál es la idea central del pasaje?
-¿Qué me enseña acerca de Dios y mi relación con Él?
- ¿Existe un mandato o promesa para mí?
-¿Hay pecados que tengo que abandonar?
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